Cómo recorrer Jordania en pocos días y vivir la aventura al máximo
- Rodrigo Arguello
- 14 oct
- 5 Min. de lectura
A veces los mejores viajes no son los más largos, sino los más intensos. En mayo, aprovechando un día feriado en Inglaterra con mi childhood friend; Chelo. Decidimos lanzarnos a una aventura exprés a Jordania. No teníamos semanas enteras, solo unos pocos días, pero el país nos demostró que con el tiempo justo se pueden vivir experiencias que se quedan grabadas para siempre.
Día 1

Escala en Roma: pasta y Coliseo
Nuestra aventura comenzó con una escala larga en Roma. Para muchos puede ser cansado, para nosotros fue un regalo. Ya habíamos estado en Roma antes, así que el día se convirtió en un “pit stop” perfecto: un paseo rápido por el Coliseo y, por supuesto, pasta fresca como solo se encuentra en Italia. Fue la mejor manera de calentar motores para lo que se venía.
Llegada a Amán: independencia y shawarmas
Llegamos a Amán de noche y el inicio el viaje nos sonrió: habíamos rentado un carro pequeño y la compañía nos hizo un upgrade gratuito a una camioneta. No lo sabíamos todavía, pero ese detalle sería clave para recorrer con comodidad tantos kilómetros.
Al salir a la calle no entendíamos qué pasaba: banderas ondeando, gente pitando, caravanas de autos celebrando. Resultó que habíamos llegado justo el día de la independencia. Sin planearlo, nos encontramos inmersos en una fiesta nacional.
Nos unimos a la celebración con curiosidad y alegría, sintiéndonos parte de algo más grande que nosotros. Esa noche terminamos comiendo nuestros primeros shawarmas en un pequeño local, marcando el inicio de lo que sería un viaje lleno de estas delicias.
Día 2
Rumbo a Wadi Rum: castillos y el mejor shawarma
El segundo día empezó temprano. Nuestra primera parada fue el castillo de Shobak, una fortaleza en ruinas con vistas impresionantes, testigo de siglos de historia. El camino siguió hasta que el hambre nos sorprendió, y paramos en una gasolinera que tenía un pequeño local de shawarmas. Entramos casi por señas, apuntando lo que queríamos.

Lo que encontramos fue inesperado: el mejor shawarma de todo el viaje. Grande como un Subway, jugoso y sabroso. Nos gustó tanto que después de comer uno pedimos otro sin pensarlo. Hasta hoy, cuando hablo con Chelo, recordamos ese shawarma como uno de los momentos más épicos del viaje. No estaba en Google Maps, no estaba en ninguna guía, pero ahí estaba: escondido en una gasolinera en medio de Jordania.
Finalmente llegamos a Wadi Rum, el famoso desierto de dunas rojizas que parece sacado de una película de otro planeta (lugar donde se grabo Dune). Nos hospedamos en un campamento beduino (Shakria Bedouin Life Camp), rodeados de arena infinita y silencio. Ese mismo día subimos al Wadi Rum Train Ride, una experiencia curiosa y divertida que terminó en un momento surreal: el transporte de regreso lo conducía un niño de apenas 12 años. No sabiamos si reír o llorar.
El día cerró con un tour al atardecer por el desierto. El sol se escondía detrás de las montañas de arena, tiñendo todo de rojo y dorado. En silencio, entendimos por qué tantos dicen que Wadi Rum es mágico.
Día 3
Petra: 21 km bajo el sol
El tercer día fue un reto. Desde la noche anterior sabíamos que sería duro: un hike de 21 km en Petra. Normalmente los viajeros lo hacen en 3 días, pero nosotros teníamos solo uno. Decidimos hacerlo todo de un solo golpe.

Entramos por la ruta trasera, la menos turística, donde los locales intentan venderte burros y camellos para aliviar el camino. Todos aceptaban, menos nosotros. Caminábamos como burros bajo un sol abrasador, con un UV index de 14 y temperaturas que rozaban los 40°C. El sudor era tan intenso que hasta el bloqueador se derretía; me lo aplicaba y a los 15 minutos ya no quedaba nada.
Caminamos entre risas, compartiendo una sola botella de 500 ml de agua. “Solo un sorbo pequeño”, nos decíamos para que durara. Fue un acto de resistencia, pero también de camaradería. Lo más gracioso es que solo llevábamos un par de lentes de sol, y así como compartíamos el agua, compartíamos los lentes.
Finalmente, tras horas de esfuerzo, apareció ante nosotros el Tesoro de Petra, una de las maravillas del mundo. La emoción borró el cansancio. El día terminó viendo el atardecer entre ruinas y piedras milenarias, y luego durmiendo como bebés. A las 7 pm ya estábamos rendidos.
Día 4
El Mar Muerto: saladísimos pero felices

El cuarto día visitamos el museo del “Lowest Place on Earth”, que irónicamente está en subida. Más gracioso aún, todo estaba en árabe, así que no entendimos nada.
Lo dejamos atrás y seguimos a nuestro verdadero destino: el Mar Muerto.
No hay arena, solo sal cristalizada que forma figuras filosas como cuchillas. Con cuidado bajamos hasta el agua y nos metimos. La sensación fue indescriptible: flotas sin esfuerzo, como si fueras un corcho. Estábamos emocionados, riendo como niños.

El problema vino después: ¿cómo quitarse la sal? No había duchas cerca y estábamos literalmente cubiertos, brillando de lo cristalizado que quedamos. Por suerte, un día antes había comprado toallitas húmedas y pasamos media hora intentando quitarnos la sal. No lo logramos del todo, y esa noche me toco volar salado.
El día terminó recorriendo el centro de Amán, con visitas al anfiteatro romano y la Ciudadela, lugares que nos recordaron el peso histórico de Jordania. Y, como no podía ser de otra manera, cerramos la noche con shawarmas, antes de tomar mi vuelo de regreso.
En total, almorzamos y cenamos shawarmas todos los días del viaje, y no me arrepiento ni un segundo.



Reflexión final
Jordania fue un viaje de pocos días, pero gigante en recuerdos. Desde el desierto rojo de Wadi Rum hasta el azul del Mar Muerto, desde los shawarmas
callejeros hasta la majestuosidad de Petra, todo fue intensidad, calor y descubrimiento.

El Jordan Pass fue clave para ahorrar dinero y facilitar el viaje, pero lo que realmente hizo que este recorrido fuera inolvidable fueron las anécdotas: celebrar la independencia por accidente, compartir agua y lentes bajo el sol, y comer shawarmas saladisimos .
Viajar a Jordania me enseñó que no importa cuánto dure tu viaje, sino cómo lo vives y con quién lo compartes. Y este, sin duda, lo recordaré toda la vida. Pero si algo lo hizo realmente especial fue compartirlo con Chelo. Me la pasé increíble con él en cada trayecto, cada risa y cada shawarma compartido.
Al final, entendí que no hay nada mejor que viajar bien acompañado y en grupo: las aventuras saben mejor cuando se comparten. Y esa es justamente la esencia de Casus, llevarte a los mejores destinos alrededor del mundo de forma grupal, para que vivas experiencias auténticas, hagas nuevos amigos y regreses con memorias que durarán toda la vida.









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